Hay aventura para cientos de hectáreas, algunas pueden recorrerse en vagonetas lanzadas a más de 130 por hora o incluso de forma vertical, en caída libre desde cien metros de altura. Pero la melodía épica con que la megafonía de Port Aventura saluda a los visitantes parece referirse al coraje necesario para desembolsar los 44 euros que vale la entrada. Sin incluir el coste del refrigerio, pues está prohibido acceder al parque con bebidas o comida. Lo augura el acceso al aparcamiento, repleto en las cercanías que aún pertenecen al territorio de estacionamiento gratuito, sin colas para ingresar en las plazas de pago. Ocho euros por vehículo. Cuatro por cerveza. Hasta seis por un bocadillo. Cifras que en tiempos revueltos conjuran cualquier ansia de adrenalina. El sosiego que este agosto domina la Plaza Mayor del parque sigue la estela de una crisis que ha cruzado China, México, el Far West y la Polinesia que ambientan las atracciones.

Lo evidencia la tranquilidad del parque temático más rentable del país, aunque el balance de 2008 ya arrojó números rojos. El vacío resulta un regalo para quienes franquean la entrada: menos esperas entre atracciones, más espacio, mayor diversión. El resultado económico arroja menos optimismo. Port Aventura ha atraído el 9% menos de visitantes que en el primer semestre del año pasado. El mercado británico, acuciado además por la devaluación de la libra inglesa, ha caído alrededor del 20%. Y las arcas se han enrojecido un poco más: pérdidas de 14,4 millones de euros, por los 13,6 del mismo periodo en 2008. El parque también ha adelgazado en personal: tiene unos 1.750 empleados, por los 2.200 del verano pasado. El mayor zarpazo se lo llevan los cientos de comercios dispuestos entre pistoleros forajidos y malabaristas asiáticos. Port Aventura no facilita cifras, pero lo ilustra el nuevo producto estrella que ha relevado al antaño souvenir favorito de las tiendas: de la sudadera al llavero. De 39,90 euros a poco menos de seis.

''El cambio ha sido brusco. El verano pasado facturabas algún ticket de 300 euros, este año ninguno pasa de 50. La gente viene más pobre'', explica la encargada de uno de los locales del parque. ''Apenas se nota nada, igual de bien que todos los veranos'', había comentado minutos antes cuando estaba rodeada de compañeros. Luego admite lo que se palpa entre serpientes y templos aztecas: menos gente y con pocas ganas de gastar. Incluso añade que han repuntado de forma sustancial los hurtos en los establecimientos. De la sudadera al llavero robado.

''Es comprensible, la entrada al parque y la comida ya suponen un gasto importante para cualquier familia de tres o cuatro miembros'', lamenta la encargada mientras la música épica refluye entre los clientes que se limitan a tentarse el bolsillo. En ''10 euros como mucho'', cifra Elena Prado su presupuesto para gastar. Es la primera visita de esta madrileña de 29 años, de ellos más de 15 anhelando descender por los rápidos del Colorado. Pero más que comprar recuerdos, argumenta, prefiere guardárselos cerca del corazón. Le hace de guía su novio, Marcos García, que ha visitado el parque en tres ocasiones, por lo que disfruta de una perspectiva privilegiada para trazar una evolución del número de aventureros. ''Las otras veces fue demasiado agobiante.
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