Bienvenidos al laboratorio del dios Baco, exclamó Andrés. En ese momento, mi corazón palpitaba a una velocidad extrema, pero se relajó cuando vi que el aparato donde estaba apresado se detuvo. Andrés, el joven científico, con su bata blanca, se colocó en una plataforma elevada y encendió un foco. Unos engranajes comenzaron a girar y Andrés empezó a hablar:

Chicos. Vosotros sois los tres elegidos. Las tres únicas personas capaces de salvar la humanidad. ¿Así que por qué no enseñaros mi última creación? Os cuento. Mis descendientes, la familia Ventura, como sabéis, tienen un amplio patrimonio en bodegas. A mí desde pequeño me intentaron inculcar todo lo relacionado con el vino, la enocultura, y demás, pero soy el friki de la familia, el renegado, y mi vocación es de inventor. Por tanto, en una de mis múltiples noches en vela, se me ocurrió desarrollar una máquina que permita transportar el vino desde estos viñedos al almacén en cuestión de segundos...vía barriles propulsados.

Yo, sorprendido ante la genialísima idea, me atreví a exclamar: Correcto, señor. Una idea magnífica, pero, ¿Nos deja salir y nos da la pista? Tenemos que marchar hasta nuestro siguiente destino. Andrés sonrió con tono malvado y dijo Lo gracioso viene ahora. Mi máquina está en pruebas, y he decidido probarlo con unas pesas de setenta kilogramos, mi mono Manás, y vosotros tres.

Uno de mis compañeros se intentó salir de su asiento y gritó: ¡DEJAME SALIR! ¡Poseo claustrofobia! ¡Por favor! Necesito salir de aquí. ¡No me podéis probar! Andrés accionó una palanca y gritó: ¡Voy a llenar los toneles de vino y seréis lanzados al almacén en 10 segundos! 

Pero, de repente, sonó un pitido muy fuerte y todo se llenó de vino. Andrés fue absorbido por sus engranajes y gritaba, ya no había marcha atrás. Ni vino, ni Andrés. Simplemente un lanzamiento del que no sabíamos a ciencia cierta si sobreviviríamos. Andrés se estaba haciendo mucho daño con los engranajes que le absorbían y el vino nos invadía cuando de repente, Manás apareció en bicicleta y accionó otra palanquita. "Estamos salvados", pensé. Me equivocaba. 

"Whoaaaaaaaaaaa!" fue lo único que pensábamos. Atravesamos los viñedos a una velocidad extrema hasta llegar a una curvita elevada, cuando de repente observo que el raíl se retuerce. ¡Nos vamos a invertir, chicos! Mis dos compañeros gritaban y conseguimos terminar el recorrido cuando llegamos de vuelta al almacén. Una vez el cacharro empezó a frenar, miré abajo y descubrí que la barra hermética se había transformado en un cómodo cinturón de coche. Le desabroché y me bajé para investigar en la bodega acerca de la pista que necesitábamos.

Pensemos, chicos. ¿No os parece demasiado raro? Primero Andrés nos convence, después se muere accidentalmente y ahora ya estamos abajo. ¿Quizás es esa la pista? Busquemos el cuerpo de Andrés.

Regresamos al laboratorio para intentarlo de nuevo. Pensábamos que, al girar los engranajes, encontraríamos el cuerpo de Andrés y ello sería la pista. Y estábamos en lo cierto. Nos montamos en los toneles otra vez y pulsamos, a duras penas, la palanca que ponía Start. Los engranajes giraron y el cuerpo de Andrés apareció, y llevaba una nota en el bolsillo inferior izquierdo, ubicado en la costura que rodeaba la bata. Conseguimos coger la bata, pero, cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos a 135 km/h por las vías azules que rodeaban los viñedos. No obstante, sostuvimos la bata y la notita que llevaba dentro.

La notita decía: "Mediterrània es vuestra. Pero si el puzzle queréis completar, una imponente selva tropical deberéis invesdtigar"

 ¿A dónde nos dirigiríamos para obtener la segunda pista? ¿Cuál será nuestro siguiente destino?

CONTINUARÁ...

 

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