Si, el miedo es una de esas cosas universales, que a veces vienen provocadas por cosas reales y otras veces realmente pues simplemente suceden porque tienen que hacerlo... porque nos las provocamos, porque nos gusta pasar miedo o saber que nos van a hacer pasar miedo, es una sensación controlada, saber que vamos a pasar miedo, una especie de morbo al miedo.

Aún recuerdo mis traumas infantiles con las películas de terror, aunque después fuera capaz de verme toda la saga de Freddy Krüeguer y sus pesadillas en Elm Street, pero peor fue con los pasajes del terror, me daba tan mal rollo que era pasar por sus cercanias para casi ponerme a temblar, hasta que conseguí entrar por primera vez a uno, creo que mi afonia quedó marcada para todos aquellos que hicieron aquel primer viaje de unos diez minutos por los interiores de aquel gran caserón.

Aparte del viejo caserón, he podido visitar otros lugares igual de tenebrosos: selvas del miedo que pasaban por pirámides mayas o por parajes polynesios de donde salían personajes los cuales les saltaba la chispa, una mina donde los mineros parecían estar en no muy buen estado y de la que lo mejor era escapar en alguno de los desbocados trenes mineros, circos con payasos que se las traen y que no quieren exactamente hacernos reir, al sheriff del pueblo que nos espera sentado en su despacho con intenciones más bien raras, antiguas mansiones en lo alto de la colina donde nos esperan 999 fantasmas que pretenden que nos unamos a sus dominios para redondear el número, hoteles misteriosos en lo alto de una montaña en cuyo interior pasamos desde Chucky a el asesino de Scream, un hotel donde descubrir misterios es un viaje a la cuarta dimensión...

Miedo, morbo, excitación... y esa sonrisa nerviosa al salir, pensando en que bien que ya pasó, pero deseando ponerte otra vez a esperar a descargar más adrenalina.

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